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La Torre de Babel

Nuestros límites están dados por nuestro lenguaje y ese es el confín de nuestro universo. Si consideramos el pensamiento como una representación de la realidad, entonces, la realidad es aquello que se puede describir con el lenguaje. Dicho en otras palabras, el pensamiento es la proposición con sentido (proposición entendida como oración gramatical). Así, si algo es pensable, ha de poder recogerse en una proposición, y esta tiene sentido, cuando describe un estado de cosas posible.

El uso correcto de una palabra o proposición, estará determinado por el contexto al cual pertenezca, que siempre será un reflejo de la forma de vida de los que hablan o escriben. Algunos filólogos le dan el nombre de “juego de lenguaje” a dicho contexto. De esto podemos colegir que lo absurdo de una proposición radicará  en usarla fuera del “juego de lenguaje” que le es propio.

La lógica es el andamiaje o la estructura sobre la cual se levanta nuestro lenguaje descriptivo y nuestro mundo, que es aquello que nuestro lenguaje o nuestra ciencia describe.

Hay una lógica para el escrutinio del lenguaje, sin embargo, no se trata de buscar las estructuras lógicas del lenguaje, sino de estudiar cómo se comportan los usuarios de un lenguaje, cómo aprendemos a hablar y para qué nos sirve.

Lo que pensamos y lo que queremos describir, sólo se expresa de manera directa a través del lenguaje. Una conversación permite intercambiar ideas, activar acciones, etc., y si se extiende a otros, se van estableciendo redes de conversaciones que causan efectos directos, prácticos o no.

La conformación de equipos humanos para el logro de objetivos comunes o para la materialización de un proyecto determinado, del tipo que sea, requiere integrar muchos elementos, pero sobre todo precisa un lenguaje común en el sentido más amplio de su acepción. Para discutir acerca de la dirección o rumbo, es necesario conocer el vocabulario que precisa el punto de partida general. Así, lo primero que hay que establecer es un lenguaje compartido, que permita comprender y explicar los conceptos e ideas que identifican, precisan y le dan sentido a un proyecto.

Si por PARADIGMA entendemos un modelo mental que todo el colectivo de actores que conforman un sistema asume, comprende y entiende, su aplicación dependerá del lenguaje y contexto en el que se expresa y en la capacidad de los hablantes de procesar y entender su alcance.

Con esta misma lógica, si entendemos la POLÍTICA como actor principal de la transformación social, y el gobernar la capacidad de procesar tecnopolíticamente PROBLEMAS con una lógica en la dirección de la transformación planteada en el PROYECTO POLÍTICO, es obvio que se requerirá de la integración de EQUIPOS de gobierno, con formación transdisciplinaria, capacidad, LENGUAJE y vocabulario COMÚN.

Carlos Matus, desarrolló lo que denominó “La TEORÍA DEL JUEGO SOCIAL”, que, entre otras conceptualizaciones y cambios de paradigma, comprende proveer de un lenguaje común para la toma de decisiones en la acción de gobierno.

Conceptos como: CAPACIDAD DE GOBIERNO; GOBERNABILIDAD DEL SISTEMA; PROBLEMA; ESCENARIO; ACTORES; APUESTA; RESULTADO, etc., comunes en el vocabulario “matusiano”,  adquieren toda una significación referida a la teoría para la acción que lo sustenta.

Así las cosas, desde esta perspectiva, se tendrán éxitos en la conformación de equipos políticos, en la medida en que sus integrantes estén animados por el mismo espíritu, tengan claridad ideológica y comprendan el alcance y envergadura del PROYECTO, entendido como la propuesta de medios y objetivos que posibilita un cambio hacia la situación esperada.

El lenguaje y vocabulario que define, distingue y le da sentido al proyecto político, demanda de los actores políticos y sociales, formación y entrenamiento para homologar, procesar y asimilar su significado (Juego de Lenguaje), en la ejecución de las políticas que se derivan para su materialización en el tiempo, es decir, la correspondencia entre el sentido de lo representado en una proposición que precisa el contenido del proyecto y los hechos que lo posibilitan.

 

Benjamín Colamarco Patiño

¿Por qué una escuela de Gobierno? Gobernantes a la Escuela

La EDUCACIÓN y la CULTURA son dos temas en el tapete de la sociedad desde hace ya demasiado tiempo. Sin embargo, como recientemente dijera el Presidente Mujica de Uruguay,  una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo (reforma, rediseño) educativo y sostenerlo en el tiempo.

Los gobernantes son victimas de la misma escuela que ellos no han podido renovar.

Cuando niños sufrieron el “amaestramiento” de la escuela tradicional: transmisión atosigante y autoritaria de conocimientos, a veces obsoletos, raciocinio determinístico, teorías en abstracto con olvido de la teorización sobre la realidad,  excesivo respeto por los paradigmas vigentes, privilegio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo e identificación de ciencia con los modelos bien estructurados con variables medibles.

No le enseñaron a aprender, sino a aprender lo que le enseñaron. La escuela básica desaprovecha el potencial de inteligencia, creatividad y personalidad que encierra una mente joven y vigorosa, llena de interrogantes sobre el mundo.

 El pensador chileno, Carlos Matus, desde su síntesis de lo que llamó: “Una Teoría para la Acción”, explica que cuando el futuro gobernante ingresa a la universidad, encuentra allí una fábrica de profesionales “departamentalizados” en facultades, con una visión vertical a propósito de la especialidad que estudia.

En la universidad, recibe una carga de unidimensionalidad tecnocrática que no puede criticar. Pero los departamentos de la universidad no existen en la práctica que se desarrolla sobre espacios de producción social que son dinámicos, complejos, contradictorios  e inciertos y los PROBLEMAS de la práctica social no están en la universidad.

La medicina, la economía, la biología, la ingeniería, la arquitectura, las disciplinas jurídicas aportan conocimientos parciales que el gobernante debe aplicar a problemas de salud, económicos, educativos, organizativos, de regulación social, de gerencia pública, de conducción política, de diseño urbano, etc. Y estos problemas cruzan todos los departamentos de la universidad, son multidepartamentales y transversales.

En esa práctica profesional se gesta el primer choque entre el capital cognitivo del dirigente y los problemas con que debe lidiar en la práctica política y de gobierno.

El partido político completa su formación.

Allí debe abordar o eludir problemas para los cuales no está preparado.

Allí recibe el impacto de una práctica signada por la competencia electoral y los pequeños intereses. En el partido nadie lo prepara para gobernar.

Pero, es ahí donde refuerza su ego y su individualismo, aprende a atacar y defenderse, y, en algunos casos, a usar a la gente para sus propios objetivos.

En la práctica partidaria, crea su círculo de amigos que mas tarde serán sus “guarda puentes” de acceso a su gabinete.

Algunos distinguen entre su aspiración personal y el proyecto para su país. Otros refuerzan su proyecto personal y se olvidan de sus ideales de juventud, o abjuran del proyecto político al cual adhirieron en su momento. Concentran su atención en lo táctico personal haciendo énfasis en lo electoral, descuidando lo estratégico programático.

El 90% de los dirigentes políticos pasan por la universidad y complementan su “formación” en los partidos políticos, a través de su militancia y en el contacto con los medios de comunicación.

Con esa formación parcial, muchas veces distorsionada, ajena a la utilización de métodos de procesamiento científicos por problemas (horizontales), el político asciende a las posiciones de gobierno.

En el gobierno debe enfrentar problemas que no se ajustan a los modelos aprendidos en la escuela formal y en su práctica política: 

  • Tiene que dirigir organizaciones públicas, diseñarlas o remodelarlas.
  • Tiene que orientar y regular la economía, y para ello no basta la formación del economista sin dominio de la POLÍTICA.
  • Tiene que regir la salud pública aun cuando la formación del médico esté muy lejos de capacitarlo para ello. Un ministerio es algo muy distinto que una sala de cirugía.
  • Tiene que hacer procesamiento tecnopolítico de los problemas y decisiones, pero su formación separa brutalmente la técnica de la política y la gestión.

Trata desesperadamente de aplicar sus conocimientos profesionales y su experiencia política, pero ambas son como dos partes irreconciliables de su vida.

Cree que la experiencia política es suficiente para complementar su formación universitaria.

En el comando del gobierno siente o intuye que hay una enorme distancia entre lo que debe y puede hacer. Y frente a ese dilema, con “sentido práctico”, renuncia al debe ser y se conforma con el puede ser, que es muy poco.

Si está inconforme, entonces culpa a otros de esa brecha entre proyecto y realizaciones. Culpa a la burocracia, al simplismo del ciudadano común que no comprende sus esfuerzos, a los medios de comunicación que silencian su obra, y a la herencia de problemas que hereda y que dice conocer solo ahora en su real magnitud.

Cree que está maniatado por las circunstancias y no por su capacidad insuficiente.  Esta baja capacidad para gobernar se combina con la soberbia y la sordera, multiplicadas por la posición de poder que lo hace superior.

Jamás se le ocurre pensar que su agenda está mal organizada, que no tiene soporte de procesamiento tecnopolítico, que su equipo de planificación es muy poco práctico, tecnocrático y deficiente, que no dispone de equipos preparados para reorganizar, rediseñar y modernizar el aparato público que lo aprisiona con su fricción burocrática, que no sabe cobrar cuentas por desempeño, aunque exige a gritos  el cumplimiento de metas aisladas y mal procesadas, que no sabe distribuir responsabilidades y gobernabilidad y concentra todo en sus manos porque cree que las deficiencias están abajo y no incluso en la alta dirección del gobierno.

Como no sabe que no sabe, menosprecia el entrenamiento. Ya no lee ni estudia. No tiene tiempo para pensar y estudiar porque está muy ocupado con cosas menores que él mismo centraliza y resuelve una a una, porque no sabe resolverlas en serie mediante reingeniería pública y con el rediseño de las reglas del juego social, incluyendo las que corresponden a su propia oficina.

Si alguien le dijera que debe entrenarse en Ciencias y Técnicas de Gobierno se reiría a gritos. ¿Quien podría enseñarle algo nuevo e interesante, si ya sabe todo por experiencia?

En contraste, las informaciones dicen que Margaret Tatcher, siendo Primer Ministro, asistió a seminarios sobre manejo de crisis. No tuvo miedo ni soberbia para aprender. Tampoco alegó falta de tiempo.

Por otra parte: ¿Qué le ofrece la universidad al gobernante capaz de hacerse esta autocrítica?

¿Existe alguna Escuela de Gobierno en nuestros países con una oferta de conocimientos que interese a los políticos y los gobernantes?

La universidad está de espaldas a los problemas del gobernante y del gobierno en dos sentidos:

  1. Su oferta de enseñanza es inapropiada para el dirigente público;
  2. Casi no realiza investigaciones por problemas que estén en el centro de la agenda de la sociedad y del gobernante.

Yo creo que los políticos y los gobernantes debemos ir a la escuela. Mi creencia significa exactamente respeto por la función política y los partidos políticos.

De otro modo ¿cómo se consolidará la democracia y ascenderá a niveles superiores?

Pero, ¿a cuál escuela irían? La respuesta es obvia: América Latina requiere, al menos, una Escuela de Gobierno. Una de alta excelencia. Hay que crearla. Yo quisiera ser alumno de esa escuela.

No se trata de una escuela para formar líderes ni formar presidentes. Ello es imposible.

Se trata de un centro de post-grado (con sentido transdisciplinario) donde los dirigentes y profesionales que sientan la vocación de la política y del servicio público se preparen para ese llamado potencial.

El líder se “forma” en la práctica y lo nombra y selecciona el sistema democrático. La escuela de gobierno será su apoyo (le entregará herramientas, ciencia y métodos), no su medio de selección.

Panamá puede encabezar esta renovación y constituirse en el caso pionero de una nueva generación de gobernantes.

Panamá lo necesita y el PRD como partido político de avanzada, puede ser el precursor de este esfuerzo.

BENJAMÍN CLAMARCO PATIÑO

Panamá, 16 de diciembre de 2010

BCP/

Desigualdad e injusticia en un contexto de incertidumbre “¿Qué hacer?”

Mi propósito en este escrito es  poder definir el “estado de situación” en que se encuentra nuestra región en materia de equidad social y desarrollo humano y poder colaborar en la búsqueda de estrategias y líneas de acción que nos permitan revertir los vergonzantes  indicadores que resultan insoportables e incompatibles con los valores que defendemos.

En muchos foros se declara el problema de la desigualdad y la injusticia social presente en nuestra región, problemas fundamentales a resolver por los partidos y gobiernos que formamos parte de la IS y luchamos por la defensa de los valores socialdemócratas.

La desigualdad extrema y la injusticia social en América Latina se manifiesta aún en un contexto donde la mayoría de nuestros países muestran altas tasas de crecimiento de sus economías durante los últimos años, crecimiento que sin embargo, sigue beneficiando a un sector relativamente pequeño de nuestra sociedad.

En el Congreso de la Internacional Socialista celebrado en la ciudad de San Pablo en 2003, el estado de situación descrito para nuestra región fue muy preciso:

“América Latina no es la región más pobre del mundo, pero sí la de mayores desigualdades. La grotesca concentración de riqueza en pocas manos, al lado del hambre, la exclusión social y la miseria en general, producen tormentas políticas capaces de dar vida al paradójico encuentro de un ascenso democrático formal con un inusitado cuestionamiento de los partidos políticos, los dirigentes políticos y sindicales, propiciado por articuladas campañas publicitarias. Las oligarquías y otras elites económicas hallaron, en el dominio de los medios de comunicación y su influencia en las finanzas internacionales, poderosos instrumentos para mantener el status quo y, simultáneamente, controlar y dominar el escenario político, al margen de los propios instrumentos de la democracia.”

Como vemos, pasados 7 años de aquel Congreso, lejos de disminuir como quisiéramos­: la pobreza, la concentración de la riqueza, la falta de oportunidades, la injusticia social; aún con altas tasas de crecimiento en la región, siguen ahogando a amplios estratos de nuestros pueblos e impiden tener perspectivas serias de alcanzar un desarrollo sustentable de nuestros países.

El desafío que se nos presenta es muy complejo. No sólo es angustiante e injusto que millones de personas no puedan acceder a una educación digna, servicios de salud de calidad, trabajo y vivienda, en fin a lo que los socialdemócratas llamamos “EL MÍNIMO VITAL”; sino que también esta fuerte incapacidad del Estado de dar respuesta a estas problemáticas históricas está erosionando aceleradamente nuestras democracias.

El escenario actual debería llamarnos fuertemente la atención para poder comprender que la democracia no se sostiene por sí misma. A la democracia hay que fortalecerla, legitimarla, a través de la acción, dando respuesta y enfrentando decididamente a los problemas estructurales que nos impiden crecer equitativamente como sociedad.

No necesitamos un muestrario de cifras para demostrar la dimensión del problema: según datos de la CEPAL del 2005 el 40% de la población de América Latina está sumida en la pobreza, además de contar con los índices más altos y persistentes en el tiempo de desigualdad en la distribución del ingreso a nivel mundial.

Sabemos que la existencia de estos problemas obedece a causas históricas en nuestra región: la permanencia de gobiernos autoritarios oligárquicos dejaron secuelas muy profundas en nuestras sociedades e instituciones, los reclamos de los sectores más pobres y mayoritarios de nuestros pueblos fueron en muchos casos silenciados y desatendidos durante décadas sino siglos. Hoy a menudo esas voces no encuentran canales y espacios institucionales adecuados que contengan sus reclamos. El Estado, sigue estando muy lejos de quienes más lo necesitan.

Hemos recuperado la democracia para la región, se celebran elecciones limpias y en muchos de nuestros países partidos políticos que defienden las banderas de la igualdad y la justicia social son gobierno.  Sin embargo, la persistencia y la falta de soluciones a los problemas que declaramos impacta en un creciente desencanto por parte de la ciudadanía hacia las instituciones democráticas, los partidos políticos y principalmente en la “política” como actor principal de la transformación y progreso social.

Existen datos del PNUD que verifican esta conclusión: para muchos latinoamericanos, alcanzar mayores niveles de desarrollo en sus países es una aspiración tan importante que muchos estarían dispuestos a apoyar un régimen autoritario si éste pudiere dar respuesta a sus demandas de bienestar” (informe PNUD 2003).

Combatir decididamente desde la práctica política  las causas que generan estos problemas es una responsabilidad urgente de los líderes latinoamericanos y es condición necesaria para rescatar a nuestras democracias de la formalidad y ponerla al servicio de nuestra gente.

Me da la sensación que tanto la derecha como la izquierda se igualan a la hora de fallar en dar respuesta y soluciones a estas problemáticas. La derecha no lo logra porque no lo ve como un problema a enfrentar o no le interesa o espera que “la mano invisible” del mercado lo haga. La izquierda, declara el problema decide combatirlo pero no logra soluciones satisfactorias.

Los miembros de la IS como representantes de la socialdemocracia y de los intereses de las grandes mayorías de nuestros pueblos, debemos encontrar el camino para devolverle al Estado, a la práctica política, la capacidad de enfrentar estos desafíos.

Volviendo a citar al Congreso de la Internacional Socialista, quisiera compartir con ustedes un párrafo que me parece explica muy bien esta situación:

“El combate a la desigualdad se convierte en un requisito, en una condición indispensable, para legitimar la democracia ante millones de seres que padecen de hambre cuyas urgentes necesidades se colocan por encima de los valores políticos. La igualdad ha de ser un camino, no sólo un destino y su búsqueda debe constituirse en la primera prioridad de los latinoamericanos. Sólo los países que partieron de un mínimo de homogeneidad han podido tener éxito en alcanzar desarrollo económico y social.”

Dado este estado de situación, dada la urgencia con que reclama nuestra acción, debemos preguntarnos: ¿Qué rol debe asumir el Estado, qué acciones debemos proponernos desde la política, desde la socialdemocracia, para revertir esta situación?

Esta es la pregunta que creo debemos hacernos y que hace referencia al segundo tema que me permito tratar en este escrito: “Reformas para América Latina después del fundamentalismo neoliberal”

¿Cómo se resuelven las tensiones entre la expansión democrática y la economía, entre la libertad y la búsqueda de la igualdad, entre crecimiento y pobreza, entre las demandas públicas expresadas libremente y las reformas económicas que demandan ajustes y sacrificios? ¿Cuáles son las claves que explican la crisis de representatividad, la desconfianza de la sociedad hacia la política?

¿Por qué la esperanza democrática no se ha traducido en avances en los derechos civiles y sociales acordes con las expectativas que promovió? ¿Por qué el Estado carece del poder necesario? ¿Por qué el derecho a elegir gobernantes no se tradujo, en muchos casos, en mayor libertad, mayor justicia y mayor progreso? (Fuente: Informe sobre la Democracia en América Latina – Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos PNUD, 2004).

En cuanto al rol del Estado vuelvo a citar la declaración del  congreso de la IS. Allí declaramos Hoy, en cambio, se renueva la convicción acerca de la importancia del Estado y de su papel en la sociedad actual. Se trata de reformar ese Estado para revitalizar lo público en momentos del desafío de la búsqueda del crecimiento con equidad. Para ello se requiere, sin duda, un Estado renovado y activo, potente, ni más grande ni más oneroso que el actual y, por cierto, con una relación mas cercana con los ciudadanos”.

Y agrega… “En tal sentido, los procesos de cambio y renovación que han surgido en los últimos años tienen un patrón común, el afán por mejorar el uso de los recursos públicos y por elevar la calidad de la acción del Estado, sea en términos de los mecanismos de toma de decisiones, de la calidad de los servicios entregados o de la transparencia de sus actos.”

Estamos de acuerdo entonces que debemos reformar al Estado. En los últimos años se han invertido millones de dólares en el fortalecimiento de los estratos técnicos del aparato burocrático estatal. Se reformó al Estado desde una concepción tecnocrática sin tener en cuanta el fortalecimiento de las capacidades que le permitan aumentar su gobernabilidad para enfrentar un mundo cada vez más complejo.

Debemos repensar al Estado desde una visión que rescate el potencial trasformador de la política, debemos potenciarlo, capacitarlo, darle CAPACIDAD DE GOBIERNO para atender y resolver los históricos problemas que padecemos en un contexto de globalización que nos obliga a enfrentarnos a los nuevos desafíos que nos impone el siglo XXI.

En este sentido, estoy convencido que no podemos pretender gobernar con un Estado diseñado para resolver problemas del  siglo XIX, problemas del siglo XXI. Ni más grande, ni más chico, necesitamos otro tipo de Estado.   El desafío que se nos presenta como líderes de la social democracia latinoamericana es encontrar los caminos para llevar adelante estas acciones de reforma. Es encontrar el modo en que podamos revolucionar el aparato público para conseguir los resultados que legitimen y fortalezcan la democracia. Se trata en suma de rediseñar el Estado y las reglas del juego social.

Estoy analizando estos temas que son el resultado de un proceso histórico, temas que fueron abordados por personas de mucha capacidad, pero permítanme referirme a una personalidad destacada por su contribución  al pensamiento en estos problemas, un hombre genial que reflexionó sobre la necesidad de tener una TEORÍA PARA LA ACCIÓN POLÍTICA, para la acción de gobierno. Me refiero al profesor Carlos R. Matus, Ministro de Economía del gobierno de Salvador Allende.

Su obra, a más de diez años de su muerte, sigue siendo clave y orientadora, lo es para mí particularmente, a la hora de reflexionar sobre la mejora de la calidad de respuesta de Gobierno y el desafío de atender desde la acción política a los problemas de la gente.

En este debate acerca de qué Estado necesitamos en América Latina para promover el desarrollo, Matus nos dio una clave. Debemos superar la dicotomía entre el Estado propietario y el Estado mínimo. Estas categorías hacen énfasis en el “tamaño” del Estado, grande uno, pequeño el otro. Pero Matus introduce otra dimensión para analizar qué Estado queremos, el concepto de capacidad de gobierno. La capacidad refiere a la eficacia y eficiencia de la gestión, la pericia del capital humano que emplea, y la calidad de los sistemas que caracterizan la organización pública en su macro y micro prácticas de trabajo.

Esto demanda a los partidos políticos cambiar el modo de enfrentar los problemas y la determinada voluntad política de seleccionar, estructurar y conformar EQUIPOS (cuadros) ideológicamente claros, con entrenamiento tecnopolítico, formación trans-disciplinaria (horizontal), lenguaje (homologado) y proyecto común precisado.

El Estado mínimo es pequeño tanto en cuanto a sus dimensiones cuanto a su capacidad. Como decía J. Say, el gran economista inglés: “…el gobierno ideal es el gobierno barato y que actúa poco”…

El Estado propietario es grande en cuanto a los recursos económicos que maneja, y aspira a tener gran capacidad, pero sus fundamentos han sido cuestionados por la evidencia. La propuesta del Estado Propietario está en plena decadencia. En la práctica y en el plano intelectual. Cayó por su propio peso: es el extremo opuesto de la ideología del Estado Mínimo.

Como propuesta superadora, Matus propuso ir hacia un Estado Coordinador. Es el Estado vigilante por delegación de los ciudadanos en demo­cracia. Un Estado que no tiene posiciones rígidas y su preocupación constante es el equilibrio so­cial por abolición de los extremos.  Conduce el cambio social hacia el norte que el colectivo social se propone. Impide que las tensiones y los conflictos superen el límite de la convivencia social. Orienta, evita los excesos y no produce excesos.

La clave del Estado coordinador, es su fortaleza en términos de CAPACIDAD DE GOBIERNO. Esta es la clave del futuro de la democra­cia.

Y cito a Matus: Sin capacidad de gobierno, la democracia está en peligro. La mejor defensa de la democracia es su eficacia para producir resultados sociales satisfactorios para las mayorías. Pero ello exige renovar completamente el estilo de hacer política y el estilo de hacer gobierno. El desarrollo de las ciencias y técnicas de gobierno debe ayudar a ese cambio, antes que la democracia se desplome. El actual diseño del aparato público es incapaz de sostener el sistema democrático. El estilo dominante de hacer política aleja a la pobla­ción de los partidos y de la actividad pública, con un saldo de frus­tración. Es necesario revolucionar el aparato público y revolucio­nar el estilo de hacer política. Este último debe ser un arte más profesional, con mayor apoyo de las ciencias, y el aparato público debe afinarse, para ser una herramienta eficaz de la democracia”

En este punto debemos ser claros y precisos, la sociedad no soporta más “diagnósticos”, no soporta más discursos, necesita respuestas concretas ¡Ya!, ¡Ahora! Debemos usar un lenguaje duro y claro en la propuesta. En primer lugar sostengo que debemos reformar el estilo de hacer política, debemos abandonar esta idea de los partidos como clubes electorales, como maquinarias de ganar elecciones, como expresiones mediáticas “mercantilistas”. Debemos rescatar la idea de la POLÍTICA como eje de los procesos de transformación social, debemos reivindicar a los partidos políticos como interlocutores válidos de la sociedad, como lugares donde los sueños y las esperanzas encuentran respuesta.

Para ello sostengo tres líneas de acciones precisas y urgentes:

Primera: Formación de dirigentes. Los partidos políticos y en particular los partidos de la socialdemocracia debemos trabajar en forma activa en la instalación al interior de nuestros partidos de ESCUELAS DE FORMACIÓN DE DIRIGENTES. Debemos formar a nuestros cuadros y militantes en los métodos y ciencias para gobernar, debemos reflexionar sobre una potente ciencia para la acción en contraposición de la ciencia para conocer. Como dirigentes políticos tenemos una urgencia, actuar y resolver, no somos analistas ni meros administradores, somos transformadores de la realidad. Debemos ser voceros de las demandas del pueblo. Debemos ser los realizadores de los sueños de millones de hermanos que necesitan salir del lugar injusto donde el mercado y nuestra propia inoperancia los han dejado.

Segunda: Centros de Pensamiento / Prospectiva. En general nuestros partidos políticos no tienen centros de pensamiento para pensar nuestros países, para pensar la región para los próximos años, se gobierna con espejos retrovisores, se atienden en el mejor de los casos los problemas acumulados del pasado, no las salidas del futuro, ni pensando las tendencias que se verifican en el mundo. Necesitamos que cada uno de nuestros países, que cada uno de los partidos asociados a la social democracia, tengan verdaderos “centros de pensamiento” que nos permitan tener una actitud proactiva para aprovechar los vientos favorables mundiales. Como decía Séneca: “no hay viento favorable para aquel que no sabe adónde va

Tercera: Rediseño del Aparato Público. Los diseños y reglas que dominan nuestros aparatos públicos son arcaicos, solo pensemos en las OFICINAS DE LOS GOBERNANTES, no cuentan con

  • Equipos de procesamiento tecnopolítico; los dirigentes políticos deben enfrentar situaciones complejas y no cuentan con un procesamiento de calidad para definir las mejores estrategias.
  • Procesos sistemáticos de relevamiento y procesamiento de las demandas sociales; el Estado no utiliza para la toma de decisión para anticipar problemas o corregir rumbos de su plan de gobierno, sistemas disponibles y probados para monitorear las expectativas y demandas de la sociedad y sus respuestas frente a nuevas políticas públicas. En general se hace y luego se evalúa, con el consecuente costo político por las decisiones tomadas
  • Parámetros claros para que el aparato burocrático tenga conducción; los equipos estables del Estado solo reconocen instrucciones precisas, los discursos de campaña no alcanzan para definir rumbos o cambiar direcciones a un aparato preparado para responder a instrucciones.
  • Sistemas de rendición de cuentas por los compromisos asumidos; los sistemas diseñados se basan en general en una rendición de cuentas financiera, no se evalúa el balance de gestión integral, que es un balance que combina una rendición técnico-política de la gestión del gobernante.

Las acciones por hacer, los desafíos a enfrentar, y los obstáculos a vencer son muchos. Mucho se habla y poco se hace. Los problemas se acumulan y el desprestigio sobre la política avanza poniendo en riesgo al sistema democrático.

Me he permitido poner a su consideración algunas líneas de acción concretas para que las reflexiones sobre la situación Latinoamericana no queden solo en el discurso y puedan pasar al plano de la acción. El fin último es que juntos encontremos los caminos y herramientas que nos permitan fortalecer a la Política, y a la democracia, en su capacidad de dar respuesta a los complejos, urgentes y persistentes PROBLEMAS que padecen las grandes mayorías latinoamericanas.

En Panamá en el PRD estamos trabajando en esta dirección, sabemos que otros partidos de la región que integran la IS están en el mismo camino, propongo intercambiar experiencias y realizar un  trabajo en red sobre estas cuestiones.

Hoy nos lamentamos  y padecemos las consecuencias que dejaron en la región las políticas públicas basadas en el Consenso de  Washington. No sustituyamos recetas foráneas, tenemos la capacidad de desarrollar caminos y estrategias adaptadas a nuestras realidades. Tomemos lo mejor, aprendamos, pero no hagamos un trasplante acrítico de soluciones que sirven para otras realidades, para otras culturas. Tenemos la gente. Tenemos la capacidad. Tenemos un marco teórico de soporte. Pongamos nuestra voluntad y compromiso. Nuestros pueblos esperan respuestas concretas a sus problemas no discursos ni promesas.

 

Benjamín Colamarco Patiño

Escuela Torrijista de Formación Política y Gobierno.

Presidente de la Fundación Para Investigaciones Sociales y Económicas (FISE).