¿Por qué una escuela de Gobierno? Gobernantes a la Escuela

La EDUCACIÓN y la CULTURA son dos temas en el tapete de la sociedad desde hace ya demasiado tiempo. Sin embargo, como recientemente dijera el Presidente Mujica de Uruguay,  una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo (reforma, rediseño) educativo y sostenerlo en el tiempo.

Los gobernantes son victimas de la misma escuela que ellos no han podido renovar.

Cuando niños sufrieron el “amaestramiento” de la escuela tradicional: transmisión atosigante y autoritaria de conocimientos, a veces obsoletos, raciocinio determinístico, teorías en abstracto con olvido de la teorización sobre la realidad,  excesivo respeto por los paradigmas vigentes, privilegio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo e identificación de ciencia con los modelos bien estructurados con variables medibles.

No le enseñaron a aprender, sino a aprender lo que le enseñaron. La escuela básica desaprovecha el potencial de inteligencia, creatividad y personalidad que encierra una mente joven y vigorosa, llena de interrogantes sobre el mundo.

 El pensador chileno, Carlos Matus, desde su síntesis de lo que llamó: “Una Teoría para la Acción”, explica que cuando el futuro gobernante ingresa a la universidad, encuentra allí una fábrica de profesionales “departamentalizados” en facultades, con una visión vertical a propósito de la especialidad que estudia.

En la universidad, recibe una carga de unidimensionalidad tecnocrática que no puede criticar. Pero los departamentos de la universidad no existen en la práctica que se desarrolla sobre espacios de producción social que son dinámicos, complejos, contradictorios  e inciertos y los PROBLEMAS de la práctica social no están en la universidad.

La medicina, la economía, la biología, la ingeniería, la arquitectura, las disciplinas jurídicas aportan conocimientos parciales que el gobernante debe aplicar a problemas de salud, económicos, educativos, organizativos, de regulación social, de gerencia pública, de conducción política, de diseño urbano, etc. Y estos problemas cruzan todos los departamentos de la universidad, son multidepartamentales y transversales.

En esa práctica profesional se gesta el primer choque entre el capital cognitivo del dirigente y los problemas con que debe lidiar en la práctica política y de gobierno.

El partido político completa su formación.

Allí debe abordar o eludir problemas para los cuales no está preparado.

Allí recibe el impacto de una práctica signada por la competencia electoral y los pequeños intereses. En el partido nadie lo prepara para gobernar.

Pero, es ahí donde refuerza su ego y su individualismo, aprende a atacar y defenderse, y, en algunos casos, a usar a la gente para sus propios objetivos.

En la práctica partidaria, crea su círculo de amigos que mas tarde serán sus “guarda puentes” de acceso a su gabinete.

Algunos distinguen entre su aspiración personal y el proyecto para su país. Otros refuerzan su proyecto personal y se olvidan de sus ideales de juventud, o abjuran del proyecto político al cual adhirieron en su momento. Concentran su atención en lo táctico personal haciendo énfasis en lo electoral, descuidando lo estratégico programático.

El 90% de los dirigentes políticos pasan por la universidad y complementan su “formación” en los partidos políticos, a través de su militancia y en el contacto con los medios de comunicación.

Con esa formación parcial, muchas veces distorsionada, ajena a la utilización de métodos de procesamiento científicos por problemas (horizontales), el político asciende a las posiciones de gobierno.

En el gobierno debe enfrentar problemas que no se ajustan a los modelos aprendidos en la escuela formal y en su práctica política: 

  • Tiene que dirigir organizaciones públicas, diseñarlas o remodelarlas.
  • Tiene que orientar y regular la economía, y para ello no basta la formación del economista sin dominio de la POLÍTICA.
  • Tiene que regir la salud pública aun cuando la formación del médico esté muy lejos de capacitarlo para ello. Un ministerio es algo muy distinto que una sala de cirugía.
  • Tiene que hacer procesamiento tecnopolítico de los problemas y decisiones, pero su formación separa brutalmente la técnica de la política y la gestión.

Trata desesperadamente de aplicar sus conocimientos profesionales y su experiencia política, pero ambas son como dos partes irreconciliables de su vida.

Cree que la experiencia política es suficiente para complementar su formación universitaria.

En el comando del gobierno siente o intuye que hay una enorme distancia entre lo que debe y puede hacer. Y frente a ese dilema, con “sentido práctico”, renuncia al debe ser y se conforma con el puede ser, que es muy poco.

Si está inconforme, entonces culpa a otros de esa brecha entre proyecto y realizaciones. Culpa a la burocracia, al simplismo del ciudadano común que no comprende sus esfuerzos, a los medios de comunicación que silencian su obra, y a la herencia de problemas que hereda y que dice conocer solo ahora en su real magnitud.

Cree que está maniatado por las circunstancias y no por su capacidad insuficiente.  Esta baja capacidad para gobernar se combina con la soberbia y la sordera, multiplicadas por la posición de poder que lo hace superior.

Jamás se le ocurre pensar que su agenda está mal organizada, que no tiene soporte de procesamiento tecnopolítico, que su equipo de planificación es muy poco práctico, tecnocrático y deficiente, que no dispone de equipos preparados para reorganizar, rediseñar y modernizar el aparato público que lo aprisiona con su fricción burocrática, que no sabe cobrar cuentas por desempeño, aunque exige a gritos  el cumplimiento de metas aisladas y mal procesadas, que no sabe distribuir responsabilidades y gobernabilidad y concentra todo en sus manos porque cree que las deficiencias están abajo y no incluso en la alta dirección del gobierno.

Como no sabe que no sabe, menosprecia el entrenamiento. Ya no lee ni estudia. No tiene tiempo para pensar y estudiar porque está muy ocupado con cosas menores que él mismo centraliza y resuelve una a una, porque no sabe resolverlas en serie mediante reingeniería pública y con el rediseño de las reglas del juego social, incluyendo las que corresponden a su propia oficina.

Si alguien le dijera que debe entrenarse en Ciencias y Técnicas de Gobierno se reiría a gritos. ¿Quien podría enseñarle algo nuevo e interesante, si ya sabe todo por experiencia?

En contraste, las informaciones dicen que Margaret Tatcher, siendo Primer Ministro, asistió a seminarios sobre manejo de crisis. No tuvo miedo ni soberbia para aprender. Tampoco alegó falta de tiempo.

Por otra parte: ¿Qué le ofrece la universidad al gobernante capaz de hacerse esta autocrítica?

¿Existe alguna Escuela de Gobierno en nuestros países con una oferta de conocimientos que interese a los políticos y los gobernantes?

La universidad está de espaldas a los problemas del gobernante y del gobierno en dos sentidos:

  1. Su oferta de enseñanza es inapropiada para el dirigente público;
  2. Casi no realiza investigaciones por problemas que estén en el centro de la agenda de la sociedad y del gobernante.

Yo creo que los políticos y los gobernantes debemos ir a la escuela. Mi creencia significa exactamente respeto por la función política y los partidos políticos.

De otro modo ¿cómo se consolidará la democracia y ascenderá a niveles superiores?

Pero, ¿a cuál escuela irían? La respuesta es obvia: América Latina requiere, al menos, una Escuela de Gobierno. Una de alta excelencia. Hay que crearla. Yo quisiera ser alumno de esa escuela.

No se trata de una escuela para formar líderes ni formar presidentes. Ello es imposible.

Se trata de un centro de post-grado (con sentido transdisciplinario) donde los dirigentes y profesionales que sientan la vocación de la política y del servicio público se preparen para ese llamado potencial.

El líder se “forma” en la práctica y lo nombra y selecciona el sistema democrático. La escuela de gobierno será su apoyo (le entregará herramientas, ciencia y métodos), no su medio de selección.

Panamá puede encabezar esta renovación y constituirse en el caso pionero de una nueva generación de gobernantes.

Panamá lo necesita y el PRD como partido político de avanzada, puede ser el precursor de este esfuerzo.

BENJAMÍN CLAMARCO PATIÑO

Panamá, 16 de diciembre de 2010

BCP/