historia

Una historia común y un futuro compartido

El país debe sustentarse en valores, en principios, en objetivos superiores que direccionen la interactuación social y fortalezcan la cohesión estatal-nacional de la República.

Quienes nos identificamos con las luchas históricas de nuestro pueblo por preservar la integridad territorial del Estado, con sus aspiraciones y sacrificios, debemos reflexionar sobre el legado de los jóvenes institutores de 1964 y de todo un pueblo que con vergüenza de Patria, con sus valores fundamentales, se empinó sobre sus propias contradicciones por la soberanía, como estimuladora de propósitos.

Omar Torrijos, en su momento, supo recoger la bandera de la dignidad y con una amplia amalgama de voluntades, cumplió con el compromiso de erradicar el colonialismo de nuestro suelo patrio, recuperar nuestra plena integridad soberana y completar la escalada por la soberanía del ALPINISMO GENERACIONAL, cuya visión se hizo materia el 31 de diciembre de 1999, con la reversión plena del Canal para Panamá y la salida del último soldado extranjero de nuestra tierra.

La conquista de la soberanía plena y la eliminación de la “quinta frontera”, ciertamente fueron el producto de la acumulación de esfuerzos populares expresada en lo que hemos dado en llamar la LUCHA GENERACIONAL, que desde el mismo 18 de noviembre de 1903, fecha en que se rubrica en los Estados Unidos, el Tratado Bunau Varilla – Hay (que ningún panameño firmó), que crea el enclave colonial del “Canal Zone” y cuya vigencia pactada era a PERPETUIDAD, significó una afrenta a la dignidad nacional y una disminución de nuestra personalidad internacional, generando permanentes situaciones de conflicto y tensiones en las desiguales relaciones de Panamá con el “coloso del norte”.

La presencia colonial norteamericana, la de la discriminación racial, la del “gold roll” y el “silver roll” y los privilegios para unos pocos, enclavada en el corazón de nuestro suelo patrio, no dejó de recibir el repudio de los panameños, hecho patente con las manifestaciones populares de los grupos nacionalistas y progresistas, tanto de la juventud, los estudiantes, los trabajadores y sectores de la burguesía nacional, que veían en la “cerca oprobiosa del límite”, el avasallamiento, la prepotencia y la injusticia del colonialismo.

Cuando los estudiantes del INSTITUTO NACIONAL, la tarde del 9 de enero de 1964, deciden marchar en forma pacífica y ordenada, con la BANDERA NACIONAL como estandarte y la “cariátide” como columna simbólica que sostiene el espíritu indómito de la juventud, lo hicieron como reflejo del malestar latente que subyacía en el organismo de la nación, por el profundo desprecio de los “zonians” a nuestra dignidad como Estado Nacional.

El 7 de enero de 1963, se firma el Acuerdo Chiari – Kennedy, que establecía que en los sitios en que fuese enarbolada por las autoridades civiles de la Zona del Canal, la bandera de los  Estados Unidos, a la par debía ser izada la bandera de la República de Panamá. Los efectos de dicho Convenio, debían hacerse efectivos a partir de enero de 1964, sin embargo, en abierta violación a lo pactado e insubordinación a los mandatos de su gobierno, los “zonians” deciden no acatar el mandato contenido en el acuerdo firmado por los presidentes de ambos países.

El 3 de enero de 1964, el Sargento Carlton Bell, jefe del destacamento de la Policía “zoneíta” de Gamboa, con la abierta complicidad de sus superiores, decide no acatar las órdenes del Gobernador Fleming de la Zona del Canal, y enarbola la bandera norteamericana en la plaza de Gamboa. Dicha acción fue divulgada ampliamente por los medios de comunicación y paulatinamente imitada por estudiantes, padres de familia y otros policías de la Zona del Canal, quienes montaban guardia frente a las astas en los colegios “zoneítas”, en donde izaban solitaria la bandera norteamericana.

Cuando los estudiantes del Glorioso Instituto Nacional, se enteran del no acatamiento por parte de los “zonians” de lo pactado por ambos gobiernos, deciden que era un deber patriótico, hacer cumplir el contenido del Acuerdo Chiari – Kennedy,  pero sobre todo, reivindicar la Soberanía de Panamá sobre todo el territorio del Istmo, motivo de fondo de la discordia entre ambos países.

Los hechos que se sucedieron fueron trágicos para Panamá y su noble pueblo, 22 muertos y más de 500 heridos, bajo las balas de la policía norteamericana y la metralla del ejército más grande del mundo… y la ignominia del abuso y la infamia de los “poderosos” intereses del “stablishment” del norte.

Hoy, 50 años después, todo lo que se escriba, conlleva la idea de reivindicar a los héroes y mártires del 9 de enero, a la juventud de nuestra Patria y a todo un pueblo, que a riesgo de sus propias vidas, enfrentaron a la policía «zonian» y a la soldadesca extranjera, sólo con el pecho henchido de patriotismo y el emblema nacional en la máxima altura de la dignidad, integrando en el concepto, la culminación de esa lucha generacional, con Omar Torrijos y los Tratados Torrijos – Carter.

Lo cierto es que el CANAL es nuestro, gracias a esas luchas, a los protagonistas de la Gesta Heroica del 9 de enero y al liderazgo firme de TORRIJOS.

Digo lo anterior, porque  existe una vinculación directa entre los hechos del 9 de enero de 1964, la toma de conciencia nacional, y la abrogación total y definitiva del Tratado Bunau Varilla – Hay, que  se resume bajo el liderazgo de Torrijos, que supo interpretar y asumir las motivaciones de la juventud, y que ese Canal recuperado y los puertos recuperados, y el ferrocarril recuperado, y las tierras recuperadas, y el espacio aéreo recuperado, son los que han impulsado el crecimiento económico y la inversión que ha registrado el país desde hace más de 9 años; y que fue en el gobierno del Presidente Martín Torrijos, que se tomó la decisión soberana de ampliar ese Canal a través de un tercer juego de esclusas y con mentalidad abierta, en el año 2006, se sometió tal decisión a la voluntad popular a través de un Referéndum.

Finalmente, pienso que toda esa historia de sacrificios y luchas, de hidalguía y determinación, de patriotismo y entusiasmo, debe proyectarse hacia el futuro, desde la perspectiva de UN SOLO PANAMÁ, INTEGRADO ECONÓMICA Y SOCIALMENTE, que pone en el centro de atención, las necesidades fundamentales del ser humano.

Debemos tener presente que con el cumplimiento de los Tratados Torrijos – Carter, se produjo una transformación de la vieja economía, en otra en la que el complejo canalero, portuario y logístico se incorpora a la economía interna y se diversifica en su contenido como en sus rutas y actividades, proyectándose a su vez en un complejo sistema de servicios globales.

Esta plataforma incorporada al país desde el último día del año 1999, que ha impulsado el crecimiento económico, conlleva sus propias contradicciones, lo que implica y exige resolver las asimetrías sociales y la desigualdad, que son formas en que se expresa en el contexto actual, un proceso dinámico complejo, inequitativo y contradictorio de cambio en la sociedad, de su economía y de su cultura.

Esos son los retos que se derivan de la Gesta de los jóvenes del 9 de enero y de las etapas siguientes marcadas por Torrijos. Gestionar con claridad de propósitos la transformación de la sociedad y de su Estado, en la correcta dirección de la reforma, de la profundización y perfeccionamiento de la democracia (social, económica, política), de la justicia social, la dignidad humana y el desarrollo integral y sostenible, es el compromiso que tiene el Partido Revolucionario Democrático, en alianza con las organizaciones progresistas y los sectores independientes,  para hacer que coincidan el interés público, las políticas de Estado, con los mejores intereses generales de la Nación.

*El autor es economista y ex Ministro de Estado

Colón: Una historia, muchas luchas

Recuento de acontecimientos históricos precursores del 5 de noviembre de 1903, en homenaje a Colón, por Benjamín Colamarco Patiño.

“No debemos conformarnos conque el pueblo viva  en paz, queremos que viva bien”.  Gral. Juan Domingo Perón quien durante uno de sus exilios, residió en la ciudad de Colón.

 Colón es una Provincia digna; representada por su pueblo, su idiosincrasia, sus tradiciones y sus luchas, siempre motivadas por alcanzar estadios superiores de bienestar general y progreso.

Durante el siglo XIX, luego de la construcción del ferrocarril transistmico, Colón reafirmó su calidad de ciudad cosmopolita, abierta y pluricultural, sin embargo, esta condición estuvo mediatizada por la preminencia de los intereses norteamericanos y de las oligarquías, por encima de la emergente estructuración del entramado socio-demográfico-cultural que se articulaba en torno a los propósitos comunes de los estratos populares y nacionalistas del istmo.

Las luchas armadas entre liberales y conservadoras que caracterizaron los tiempos de nuestra unión voluntaria a Colombia, en pos del ideal de Simón Bolívar, registraron en Colón páginas heroicas de lucha y reivindicación, cuyo máximo exponente popular fue el Doctor en Leyes, Pedro Prestán, digno representante del “arrabal colonense”, sostenedor incansable de la Constitución de Rionegro, quien desde las fuerzas revolucionarias del liberalismo, luchó por los ideales de autonomía, autodeterminación, respeto por la nacionalidad y defensa de la soberanía nacional.

Prestán y los revolucionarios colonenses, dominaron los acontecimientos en Colón, llegando a someter no solo a las fuerzas conservadoras, sino que una vez controlada la ciudad, también llevaron presos al cónsul de los Estados Unidos y a dos funcionarios estadounidenses del ferrocarril interoceánico, hasta que el gobierno central de la época, solicitara la intervención de las cañoneras de la armada, ancladas en las aguas del caribe panameño  y del ejército norteamericano, que raudo procedió a sofocar la rebelión a sangre y fuego.

Ante tan deleznable acto de traición, Santander A. Galofre, Prefecto de Colón, el 18 de enero de 1885 redacta carta de renuncia al cargo, denunciando que: “los actos del ejército  norteamericano herían de muerte la soberanía del país y destruían su independencia”.

Luego de controlada la insurrección por las tropas norteamericanas, el gobierno central de Rafael Núñez en Bogotá, procedió a instrumentar legalmente la desintegración de la autonomía política de que gozaba el Istmo de Panamá y procedió además a organizar un “juicio” militar contra Pedro Prestán, capturado el 11 de agosto en el Departamento de Magdalena adonde se había refugiado después de tan desigual refriega. Hay que decir, que los norteamericanos continuaban indignados porque consideraban una grave “afrenta” el que, a criterio de los extranjeros blancos, un “negro” hubiese tenido la “insolencia” y la “osadía” de someter a humillación a tres de sus nacionales, y especialmente, al que portaba la representación diplomática de los Estados Unidos.

Prestán fue sometido a juicio militar sumarísimo, en donde se le acusó de “incendiario”, siendo sus “acusadores” cinco ciudadanos blancos extranjeros, que ni siquiera hablaban nuestro idioma y que profirieron falacias, siendo que lógicamente, el incendio que se propagó por la ciudad de colón durante la confrontación, se originó por el bombardeo de las cañoneras de la armada en su afán de reprimir a los revolucionarios atrincherados en puntos estratégicos de la ciudad.

El 18 de agosto de 1885 sobre las vías del ferrocarril, se levantó el cadalso en que se consumó la trama urdida por foráneos intereses, en contubernio culposo con la oligarquía criolla.

El Doctor Pedro Prestán fue ahorcado frente a su pueblo, sin renunciar a sus principios de lucha, cayendo con honor rumbo a la eternidad, convirtiéndose en mártir, en el héroe popular, el que sembró las semillas que siguieron germinando, en palabras del propio Dr. Prestán: “regadas con la sangre mejor del corazón, sin ahorrarse no digo un dolor, sino una lágrima”.

Lo que quiero resaltar con estos antecedentes, es la inquebrantable voluntad del pueblo colonense por el respeto a su dignidad, a sus reivindicaciones y a su determinación de construir mejores días para sus hijos, con libertad y justicia, aunque la lucha sea desigual.

Este drama fue decantándose con nuevos actores, pero con los mismos objetivos de dominación hegemónica, con o sin conocimiento de causa de algunos de ellos: el expansionismo de los Estados Unidos; la visión de uno de sus más carismáticos presidentes de la época Teodoro Roosevelt; la quiebra de la Compañía Francesa del Canal; los capitales franceses representados por Philippe Bunau-Varilla; el abogado neoyorkino William N. Cromwell, cerebro de interesadas jugadas y representante legal de la Compañía Nueva del Canal, como de la Compañía del Ferrocarril Transistmico; y José Agustín Arango, Manuel Amador Guerrero, vinculados a la norteamericana Compañía del Ferrocarril; las confrontaciones entre Conservadores y Liberales, y el venial e inepto gobierno colombiano del Dr. José Manuel Marroquín. Este contexto es explicado muy bien en la obra del Profesor Olmedo Beluche.

En una conjunción de intereses convergentes bajo ciertas premisas objetivas, y divergentes en orden a las estrategias de penetración del gobierno de los Estados Unidos, materializadas en la guerra hispano- norteamericana de 1898 y el Tratado Hay-Poncefote con Gran Bretaña en 1901, y las contradicciones del gobierno central colombiano sumido en subsiguientes guerras civiles, se fueron fraguando las condiciones para la separación de Panamá.

Ciertamente estos condicionamientos complejizan el análisis de las motivaciones plurales de nuestra separación, muchas de las cuales ajenas a lo que tradicionalmente se espera de estos movimientos. En este momento no pretendo entrar en mayores detalles al respecto, lo que sí es pertinente son los hechos históricos, en los cuales la Ciudad de Colón jugó un papel fundamental.

El Batallón Tiradores integrado por 500 soldados y sus oficiales, llegó de Barranquilla con órdenes de remplazar a José Domingo De Obaldía, Gobernador del Departamento de Panamá y al General Esteban Huertas, comandante del Batallón Colombia acantonado en el cuartel de las bóvedas.

Al mando del General Juan B. Tovar y del General Ramón Amaya, llegaron a Colón la mañana del 3 de noviembre de 1903.

Los colonenses desde el primer momento estuvieron prestos a trabajar a favor de la causa separatista y se unieron para lograr separar al alto mando del Tiradores, de su tropa, a través de una conspiración bien urdida, con la complicidad del gerente del Ferrocarril. Así, en Colón quedó la tropa al mando del Coronel Eliseo Torres, quien al enterarse del arresto de sus comandantes por los revolucionarios en Panamá, desplazó a su tropa en Colón, amenazando con destruirla si no lograba recibir órdenes de sus superiores.

Tal circunstancia apremiante y pese a las amenazas proferidas, los separatistas colonenses, pletóricos de valor, aunque con los temores propios de quienes conspiran para crearle viabilidad a la construcción de un profundo cambio que marcaría su destino, continuaron con su plan.

Porfirio Meléndez; Orondaste Martínez; Juan Tiburcio Meléndez; Carlos Clement; Juan Henríquez, entre otros agentes conspiradores en apoyo a la Junta Revolucionaria, obraron hábilmente para que el Coronel Torres decidiera retornar a Barranquilla.

A las siete y treinta y cinco de la noche (19:35h), del 5 de noviembre de 1903, en el vapor Orinoco, luego de recibir el pago de $8,000 dólares para costas de viaje, las tropas del Batallón Tiradores abandonaron las costas de Colón.

A esa misma hora, el Alcalde de Colón, Eleazar Guerrero, transmitió el telegrama a la Junta Revolucionaria de Panamá, anunciando la noticia de la salida del ejército colombiano. Ese día quedará marcado con letras indelebles, como la fecha en que se selló para siempre la separación de Panamá y su unión al concierto de países del mundo en lucha permanente por el perfeccionamiento de su libertad.

Un Documento para la Historia

Quiero llevar al criterio de ustedes, la convicción  de nuestra inocencia, pese a que  algunos poderosos  quieren que seamos los “Chivos Expiatorios” sacrificados  a las “divinidades airadas” de los intereses extranjeros.

Yo tengo  una conciencia histórica que no puedo ni quiero acallar;  sé que muchos escucharán, pero no oirán: sus prejuicios  los hacen sordos.

También  sé que  no seremos  juzgados en derecho sino en rencor,  pero estamos  en este recinto, preparados  para presentarnos,  con la frente en alto, con  dignidad y con nuestra conciencia  tranquila,  ante quienes  han de ser nuestros “verdugos”, no nuestros jueces… y no me refiero, en este caso,  a quien coyunturalmente preside esta audiencia, que es una Dama a quien  guardamos respeto,  me refiero  a aquellos que no se atreven  a estar aquí y dar la cara  frente a nosotros,  pero sí ejercen  y ejercerán  presión  desde lo alto  y utilizarán todos los medios  a su  alcance, para que se emita concepto  condenatorio,  aunque no haya un solo elemento  probatorio  en nuestra contra,  porque no hemos cometido delito alguno… son ellos, los  de arriba, quienes no nos perdonarán jamás nuestro sincero  nacionalismo y el que hayamos denunciado al imperio… son ellos,  los de arriba, con sus prejuicios  políticos y su revanchismo enfermizo,  los verdugos.

Deseo que mis palabras  de hoy, sirvan  de estímulo para la búsqueda  de la verdad, que  ha de ser nuestra reivindicación y la dignidad de los nombres de quienes lo dieron todo,  por cumplir con la obligación  de preservar  la tierra patria de la intervención  extranjera: Ángel Benítez;  Manuel Carol; Alejandro Hubbard; Gustavo Torreglosa;  Sydney Lyons… y otros  cientos y cientos de panameños que ofrendaron  sus vidas, no por defender a un hombre, sino por defender la integridad  territorial del Estado; no por defender a un hombre, sino por defender la independencia Nacional; no por defender a un hombre, sino por defender un ideal.       Ellos no son panameños  de “tercera Categoría” como algunos oligarcas han querido hacer ver, ellos son panameños patriotas que merecen  todo el respeto.

Sucede que ahora, se han trastocado los valores, y nuestro mayor “crimen” es haber sido invadidos: tras de nosotros se lanzaron en persecución  como fieros  lebreles los “soldados extranjeros” y sus “cipayos”, y  todo ha  venido a parar aquí (a esta audiencia infame).

          Dijo una vez el  Libertador  Simón Bolívar que: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia, para  plagar la América de miseria, a nombre de la Libertad”.

Los gobiernos  norteamericanos, especialmente los del Partido Republicano, desde la época del “Destino Manifiesto”, de la “Doctrina Monroe” y de  la “Política del gran garrote”, han manipulado  las cosas  a su favor en América Latina y con prepotencia, han impuesto sus intereses  con la fuerza de su ejército.    Panamá ha sido víctima  de esas políticas hegemónicas, desde el “incidente de la Tajada de sandía”,  a mediados del siglo pasado, pasando por alrededor de veinte intervenciones armadas sobre nuestro territorio… hasta la gesta heroica del 9 de Enero de 1964 y llegar al genocidio perpetrado el 20 de diciembre de 1989, cuando ellos (el ejército norteamericano) cometieron el crimen más grande y terrible de toda nuestra historia.

En todas esas ocasiones, de una forma u otra,  el pueblo panameño se organizó para defender la soberanía nacional y denunciar la intervención extranjera; como también hubo quienes, por otro lado, les sirvieron a los intereses de Washington e incluso, quienes,  aun  peores, los llamaron  para que intervinieran.

El Derecho Internacional consagra el principio  de “no intervención”,  y la carta de la O.E.A. señala taxativamente que: “Ningún Estado,  tiene derecho a intervenir ni directa, ni indirectamente, ni por la razón  o pretexto que sea, en los asuntos internos y externos de otro Estado”.    Los gobiernos  de Regan y Bush, utilizando pretextos, violan el Derecho Internacional, pisotean esta norma, e invaden  nuestra Patria  ¿A cuántos inocentes  mataron a nombre de lo que algunos llaman “Causa Justa”?   Ciertamente fueron demasiados. No  existe ninguna justificación para tan  deleznable hecho.   Ellos vinieron del norte, en una noche oscura, como los ladrones, a masacrar a tres mil panameños.

La invasión fue el corolario de un plan de intervención urdido en Washington, puesto en ejecución desde 1981, pero desarrollado con mayor énfasis a partir de 1987, cuando  deciden incrementar  toda una escalda injerencísta y una campaña de agresión política, psicológica, económica, y militar, en contra de nuestro país, con el propósito de lograr la materialización de sus particulares intereses y de sus objetivos geo-estratégicos y políticos.

El gobierno del Señor Regan, primero, y el del Señor Bush, después, utilizando  su Embajada en Panamá, y al Comando Sur, casi  a diario durante 1987, desarrollaron actividades y emprendieron acciones sin cumplir  con lo que está establecido  en los Tratados Torrijos-Carter. Entre 1987 y 1988, el gobierno  de los Estados Unidos  cometió casi cien violaciones  a los tratados canaleros. Además, aumentaron arbitrariamente el pié de fuerza de su ejército acantonado en nuestro país; intervienen las comunicaciones; hacen  demostraciones  de fuerza con sus tropas y activan  ejercicios  militares  de provocación fuera de sus bases, para desembocar, en febrero de 1988, en un férreo bloqueo económico  y en el congelamiento de los fondos panameños.

Es ante estos hechos, que lesionan  la soberanía nacional y como consecuencia  de los mismos, que, amparados por el artículo 306 de nuestra Constitución, que señala claramente que: “Todos los panameños están obligados a tomar las armas para defender la independencia nacional y la integridad territorial del Estado ”, en abril de 1988, en forma espontánea y voluntaria, cientos de hombres y mujeres  patriotas, de todos los estratos sociales, frente a la realidad  evidente  de la patria agredida y la independencia amenazada, le solicitan al gobierno nacional, instrucción para colaborar, en lo posible, en las tareas relativas a la defensa  de la integridad  territorial.

Con estos nobles  propósitos y no otros, Honorable Señora Juez, impulsados  por sublimes ideales de independencia y dignidad, amalgamados por el nacionalismo; el patriotismo; el anticolonialismo; el antifascismo y el Torrijismo, surgen  los heroicos Batallones de la Dignidad, conscientes  de que por encima de los personalismos y de las individualidades; por encima  del secretismo y de los intereses particulares, está  la defensa  del Estado,  la identidad y la dignidad nacionales, a toda costa, y esto es así porque no hay unidad  nacional sin Nación y no hay  Estado sin independencia.

Hoy,  quienes disminuyen nuestra independencia, nos han  traído  aquí para  enjuiciarnos  ¡¡qué ironía!! Panameños enjuiciando a panameños por sus ideas y convicciones. ¡¡Panameños enjuiciando a panameños por  defender a la Patria!!.

Estamos asistiendo a un paralelismo histórico  que se está dando en este recinto: lo mismo hicieron  con Pedro Prestán y con Victoriano Lorenzo, casi las mismas absurdas acusaciones  se esgrimieron contra ellos: que “atentaron contra  la personalidad jurídica del Estado”, “que eran bandoleros”, “que eran  ciudadanos de tercera categoría”, etc, etc.

Pero como a ellos, en realidad no nos enjuician a nosotros, nosotros somos insignificantes,  la cosa  es más grave,  se enjuicia a todos los que pretenden defender  la  integridad territorial de la Patria; se enjuicia la acumulación histórica del   “alpinismo generacional” desarrollado por nuestro pueblo.

La verdad sea dicha, son otros los que debieran  estar aquí, el mundo  entero lo sabe: ¡es el señor George  Walker Bush, quien  debería estar en este estrado!

          Nosotros estamos tranquilos, porque la historia  está de nuestro lado.

Con legítimo orgullo patriótico,  Honorable Señora Juez, damas y caballeros, podemos asegurarle que obramos  en cumplimiento  de un deber constitucional y siempre  hemos actuado  con honestidad y buena fe.

Nadie podrá  decir nunca que me ha visto “ponerle la mano encima a otro panameño” ni mucho menos podrá declarar  que me han escuchado diciendo que había que golpear a un coterráneo nuestro, quien así me acuse, miente descaradamente.

Quiero hacer oportuna la ocasión, para expresar desde esta tribuna, que, con humildad, le he pedido perdón a Dios, por los pecados que como hombre pudiese haber cometido  (“quien esté libre de pecados, que tire la primera  piedra”), pero  también  he de decir, alto y claro, que jamás podré arrepentirme de haber sido  portavoz de una posición  nacionalista básica  y de haber luchado por defender la independencia  nacional  y la integridad  territorial del  Estado,  esos principios son inclaudicables.

          …Como tampoco  me arrepiento de ser Torrijista. 

A nuestro pueblo le digo,  que tenemos  que construir  la unidad  nacional patriótica y popular, y que somos los panameños, por nosotros  mismos, sin injerencias foráneas, quienes debemos  encontrar nuestro destino; en estas ideas  hay esperanzas de que sobrevivamos como Nación.

Honorable Señora Juez:

Por Dios, por la Patria y por la verdad, declaro que   ¡SOY  INOCENTE!

Ruego a Dios por el bien de la Patria.

 

Dr. Benjamín Colamarco Patiño

Prisionero Político y de Guerra

Miembro del Directorio Nacional del

Partido Revolucionario Democrático (PRD)

Declaración Ante el Tribunal.  Panamá, Territorio ocupado, 19 de mayo de 1993.